Bibliotecas y mi colección de libros

Lema

Libro de Proverbios, 8 20, de la Biblia. "Yo camino por la senda de la justicia, por los senderos de la equidad."

viernes, 21 de enero de 2011

3.-Rey Alfonso el Magnánimo de Aragón y la divisa del libro abierto.-a

Luis Alberto Bustamante Robin; Jose Guillermo Gonzalez Cornejo; Jennifer Angelica Ponce Ponce; Francia Carolina Vera Valdes;  Carolina Ivonne Reyes Candia; Mario Alberto  Correa Manríquez; Enrique Alejandro Valenzuela Erazo; Gardo Francisco Valencia Avaria; Alvaro Gonzalo  Andaur Medina; Carla Veronica Barrientos Melendez;  Luis Alberto Cortes Aguilera; Ricardo Adolfo  Price Toro;  Julio César  Gil Saladrina; Ivette Renee Mourguet Besoain; Marcelo Andres Oyarse Reyes; Franco Gonzalez Fortunatti; Patricio Ernesto Hernández Jara;  Demetrio Protopsaltis Palma; 


  


«Los libros son, entre mis consejeros, los que más me agradan, porque ni el temor ni la esperanza les impiden decirme lo que debo hacer»
Alfonso V de Aragón (1396-1458)

(Medina del Campo, 1396 - Nápoles, 27 de junio de 1458), llamado también el Magnánimo y el Sabio,​ entre 1416 y 1458 fue rey de Aragón, de Valencia (Alfonso III), de Mallorca (Alfonso I), de Sicilia (Alfonso I) de Cerdeña (Alfonso II) y conde de Barcelona (Alfons IV); y entre 1442 - 1458 rey de Nápoles (Alfonso I).

Hijo primogénito de Fernando I de Aragón y de Leonor de Alburquerque, se convirtió en heredero al trono de la Corona de Aragón cuando su padre fue proclamado rey, el 24 de junio de 1412, en el compromiso de Caspe, acuerdo que ponía fin al conflictivo interregno abierto en la Confederación catalanoaragonesa a la muerte del soberano Martín I el Humano sin sucesor directo (1410).

En 1415, el príncipe Alfonso casó con María de Castilla, su prima hermana, con quien no tendría hijos, y ese mismo año tuvo que asumir las tareas de gobierno a causa de la enfermedad de su padre, Fernando I de Aragón. En 1416, el prematuro fallecimiento del monarca le hizo ceñirse la corona, con tan sólo veinte años.
A pesar de la prudencia del joven soberano, en 1419 surgieron las primeras discrepancias con las cortes catalanas, que no sólo exigían la destitución de sus consejeros castellanos, sino que también se oponían, paradójicamente, al deseo de Alfonso V de Aragón de proseguir personalmente la secular expansión de Cataluña por el Mediterráneo, debido al previsible perjuicio que la ausencia real provocaría en los estados hispánicos de la Corona de Aragón. El rey, sin embargo, zarpó hacia Cerdeña y consolidó el dominio catalán sobre la isla (1420), pero hubo de renunciar a adueñarse de Córcega, dado el apoyo que la ciudad de Génova prestaba a los corsos (1421).
Esta decisión se adoptó ante la posibilidad de conquistar Nápoles, donde dos facciones nobiliarias se disputaban la sucesión de la reina Juana II. Así, en julio de 1421, Alfonso el Magnánimo venció a Luis de Anjou, pretendiente al trono napolitano, y a los genoveses, lo cual le permitió entrar en la ciudad italiana y convertirse en el ahijado de su soberana, aunque dos años más tarde una revuelta popular le obligó a replegarse a Cataluña.

Durante nueve años permaneció en sus reinos peninsulares, enzarzándose en una estéril guerra con el monarca castellano Juan II para defender los intereses políticos y económicos de sus hermanos, los infantes de Aragón, en Castilla. En mayo de 1432, Alfonso V partió definitivamente hacia Italia, para instalarse en Sicilia. A la muerte de Juana II de Nápoles, en 1435, el monarca intentó asediar Gaeta, pero en la batalla de Ponza cayó prisionero de los genoveses, aliados del nuevo soberano napolitano, Renato de Anjou.
Trasladado a Milán, Alfonso supo sin embargo granjearse la simpatía de Felipe María Visconti, duque de Milán y señor de Génova, quien se convirtió en un amigo leal. Esta amistad facilitaría, en 1443, después de años de lucha con Venecia, Florencia, el Papado y los angevinos, la conquista de Nápoles por parte del rey aragonés.
A partir de este momento, Alfonso V estableció su corte en Nápoles, convirtió la ciudad un gran centro humanístico y se dedicó por completo a la política italiana. De forma paralela, el monarca confió el gobierno de sus reinos hispánicos, sucesivamente, a la reina María (1432-1454) y al hermano de ésta Juan de Navarra (1454-1458). Con todo, desde la distancia, favoreció las aspiraciones de los campesinos de remensa catalanes (1448), aunque no dudó en sofocar violentamente la revuelta del campesinado mallorquín (1453).
Alfonso V el Magnánimo murió en el castillo del Ovo, en la ciudad de Nápoles, el 27 de junio de 1458, y fue sucedido en la Corona de Aragón por Juan II de Aragón y de Navarra, y en el reino de Nápoles por su hijo natural Fernando I de Nápoles.

  

Alfonso V de Aragón, el rey bibliófilo

La pasión del rey Alfonso V de Aragón y I de Nápoles por los libros es de sobra conocida. Alfonso, “castellano de origen y mentalidad”, nace infante Trastámara en Medina del Campo (1396), siendo el hijo primogénito de Fernando de Antequera –regente de Castilla y futuro Fernando I de Aragón- y de Leonor de Alburquerque. En la Corte castellana de Enrique III ya supo rodearse de cortesanos poetas como Iñigo López de Mendoza, futuro marqués de Santillana. Será también en aquella Corte donde adquiera sus primeros conocimientos de latín, filosofía y poesía.
En su primer viaje a Italia, recién coronado rey (1416), se hará acompañar de hombres letrados y de armas como Pedro de Santa Fe, Jordi de Sant Jordi, Andreu Febrer y Ausias March. Su patrimonio librario se limitaba por entonces a 61 volúmenes. Sin embargo, tras la conquista de Nápoles (1443) el Magnánimo ya había conseguido reunir –primero en Gaeta, después en Nápoles– una “Biblioteca de Estado” de alrededor de 2500 volúmenes, dotada además de un presupuesto de 20 mil ducados anuales. Una colección excepcional para su tiempo, que sería acrecentada más tarde por sus sucesores en el trono napolitano (Bas Carbonell, 2008).
Iluminada durante el día por amplios ventanales,  por velas y luminarias en las horas nocturnas, la Biblioteca Real de Castel Nuovo contaba con su propio personal especializado: bibliotecarios, iluminadores, copistas y encuadernadores. A manera de ejemplo, la documentación histórica atestigua que sus bibliotecarios-conservadores Baltasar Scariglia y Tomas de Venia cobraban mensualmente 8 ducados, 1 libra y media de azúcar y 4 libras y media de velas para iluminar la sala de lectura (Alcina Franch, 2000).
Gracias a diversos inventarios y epistolarios, tenemos conocimiento de que su extraordinaria biblioteca se fue constituyendo por muy diversas vías: Por medio de compras especiales, por incautación de botines de guerra, por encargos concretos a copistas y miniaturistas, por copia directa de manuscritos –pedidos en préstamo por sus embajadores en Roma, Venecia, Florencia– o merced a regalos recibidos de manos de otros príncipes y cortesanos.

La colección libraria real reunida por Alfonso tenía un carácter mixto cristiano-pagano, ya que abarcaba por igual obras de temática religiosa (biblias, salterios y obras de teología), clásicos de la Antigüedad (César, Tito Livio, Virgilio, Séneca, Tucídides, Quintiliano, Macrobio, Flavio Josefo, Plinio, Ptolomeo, Vitruvio, Aristóteles, Platón, Ovidio, Horacio, Nepote, Suetonio, Homero, Esopo, etc.) y por supuesto, obras de humanistas coetáneos suyos (Valla, Aretino, Guarino, Pontano, Faccio, il Panormita, etc.). La herencia de la Antigüedad Clásica palpitaba en la cuidada selección de textos latinos allí reunidos –con decoraciones a menudo inspiradas en el estilo romano–,  aunque su colección más personal nunca renunciaría a la miniatura gótica flamenca –muy del gusto del monarca–. Podemos concluir pues que la Biblioteca Real tenía la doble función de servir a los “studia humanitatis” de su Corte, y de potenciar la imagen simbólica de su propietario como personaje poderoso y cultivado.
En efecto, Alfonso V crea y mantiene una Corte Humanística en Nápoles. Su esposa, María de Castilla, queda como regente en sus dominios peninsulares; él, mientras tanto, encontrará en tierras italianas los favores de otra dama: Lucrezia d`Alagno.
El Magnánimo reúne en su Corte a poetas y eruditos castellanos, aragoneses, valencianos y catalanes –como Pedro de Santa Fe, Jordi de Sant Jordi, Andreu Febrer, Ausias March y Joanot Martorell– los cuales compondrán versos en sus lenguas vernáculas.

Cancionero de Stúñiga (BNE VITR/17/7)

El Cancionero de Stúñiga (VITR/17/7) –custodiado en la BNE- recopila buena parte de la poesía lírica compuesta en dicha Corte: un total de 164 composiciones de más de 40 autores -como Lope de Estúñiga, Carvajal, Juan de Mena, y el ya citado Marqués de Santillana-. El Cancionero refleja asuntos cortesanos, con alusiones al rey Alfonso, a la reina María, a su hija ilegítima, a su amante Lucrezia y a los nobles y damas de sus veladas napolitanas. En él predomina la temática del “amor cortés” –el amor idealizado y no correspondido del caballero hacia la dama- y, en menor medida, los temas festivos, elegíacos, la sátira política y hasta la “parodia sacra”. En su frontispicio destaca la orla vegetal donde cuatro virtudes sostienen una láurea, cuyo escudo interior quedó en blanco.

Junto a aquellos hispanos, Alfonso V también se sabrá rodear de los grandes humanistas itálicos del momento: hablamos de personajes como Poggio Bracciolini, Pier Candido Decembrio, Flavio Biondo, Giannozzo Manetti, Porcellio Pandone, Enea Silvio Piccolomini, Giovanni Pontano, Lorenzo Valla –su secretario personal–, Antonio Beccadelli il Panormita –su asesor cultural y autor de su 1ª biografía: De dictis et factis Alphonsi regis Aragonum (BHUV Ms. 445)– y Bartolomeo Faccio. Éste último, en su De viris illustribus (1456), no dudará en mostrarle como un gobernante “pío, culto, firme e imparcial, síntesis perfecta de los principios cristianos y del César romano”.

En esta misma línea propagandística, Lorenzo Valla pone al servicio del rey todos sus conocimientos filológicos y no duda en denunciar como falsa la pretendida “Donación de Constantino”, a fin de ensalzar la figura del monarca aragonés frente al pujante poder papal. El mismo Valla relata en sus Recriminationes in Faccium que el rey tenía a bien que le leyeran textos antiguos, interrumpiendo la lectura para plantear cuestiones y comentarios a sus interlocutores.

Según Piccolomini, era tal su interés por adquirir conocimientos que a menudo Alfonso entraba en el Estudio y la Universidad napolitanos confundiéndose con los alumnos (Mechó González, 2010).

Como muestra de su bibliofilia, nos relata il Panormita que, la víspera anterior a entrar en combate, el rey tenía por costumbre reunir a sus oficiales y leerles textos de Séneca, Julio César y Tito Livio, libros estos que guardaba bajo su lecho: “sabemos que dormía el rey con los libros debajo de la cama y cuando despertaba al amanecer, pedía lumbre para seguir leyendo”, no en vano Alfonso llegó a afirmar que  “prefería perder un reino antes que uno de sus libros” (Bas Carbonell)

Otro ejemplo de su amor por los libros lo encontramos en una carta remitida por Alfonso V a Cosme de Médicis, en la cual le confiesa: “ningún presente honra tanto, no sólo al que lo recibe, sino también a quien lo da, como los libros que encierran sabiduría. Por ello, oh Cosme mío, te expreso mi agradecimiento de manera muy singular. No solo acrecientas mi biblioteca, sino mi dignidad y mi fama” (Rubio, 1960; López Poza, 2009).


  

La heráldica del rey Alfonso. Sus armas y emblemas





Las armas de Alfonso V, como Rey de Aragón, de Sicilia, de Nápoles, y Duque de Calabria, eran: preferentemente, los palos verticales de oro y gules de Aragón, solos, o bien combinados en sotuer con las águilas de Sicilia, o bien cuartelados con la suma de los palos horizontales de plata y gules de Hungría, los lises dorados sobre azur de Francia y las cruces potenzadas de Jerusalén. Esta última combinación –propia del escudo del Reino de Nápoles– es una de las predominantes en las orlas de los manuscritos humanísticos de la Biblioteca Real, junto con la versión cuartelada Aragón-Jerusalén –propia del Ducado de Calabria–.

Armas del Reino de Aragón con la cimera del “drac pennat” -emblema parlante por equivalencia entre dragón y d´Aragón-. Arriba, a la izquierda, fol. 108 del Gran Armorial de la Toison d´Or (BNF RES MS 4790). A la derecha, detalle del fol. 65 del Ms. Harley 6199 (Brritish Library).

Escudo del Reino de Nápoles, detalle del fol. 2 del Franceschi
 Philelphi Satyrae hecatosticae (BHUV Ms. 0398)

1 y 4: armas de Aragón; 2 y 3: Hungria, Anjou; Jerusalén


Hay que comentar que, en los manuscritos de su biblioteca, además de las armas de Aragón y sus combinaciones, aparecen en menor proporción otros escudos, como el de los Sforza, algunos pontificios y cardenalicios y los blasones de algunos particulares.

Como complemento a sus armas, el Magnánimo adoptó además unos emblemas y motes propios y originales. En las miniaturas de la biblioteca de los reyes napolitanos aparecen variados emblemas reales de compleja explicación, como las montañas diamantinas, los armiños, la telaraña, la madeja de oro, el nudo, la rueda, la cabellera, la planta espinosa, los carcajes, el martillo, etc. (Alcina Franch). Pero fueron sobre todo tres, por su marcado valor simbólico, los más significativos para Alfonso V: Las espigas de mijo, el sitial peligroso y el libro abierto –sobre el cual nos detendremos más en detalle–.

El haz de mijo solía venir asociado al mote latino “Non timebo milia populi”. Este lema se prestaba a un juego de palabras, ya que el numeral mil y mijo se escribían igual en latín:
 “No temeré el mijo del pueblo / no temeré a mil del pueblo”.
 El mijo, como cereal, era además símbolo de la incorruptibilidad y de la caridad.

El siti perillós –el sitial peligroso–, a veces incluso llameante, comenzaría a ser usado como emblema tras su entrada triunfal en Nápoles (26 febrero 1443) –plasmada en el relieve del arco de Castel Nuovo, obra de Francesco Laurana–, alegoría sin duda de la dificultad que le supuso su conquista. Hay quienes han visto en él la silla curul que precedía a los emperadores romanos en las entradas triunfales: “el imperio puede consumir al hombre en su propio orgullo, pues el triunfador era al fin y al cabo tan sólo un hombre” (Esteban Llorente, 2010). 
Pero también hay quien ve en el sitial reminiscencias de la leyenda artúrica, como “la silla reservada a quien, puro de corazón, lograra sentarse en ella, aún a riesgo de perder su vida, demostrando así estar destinado a encontrar el Santo Grial de la Última Cena” (Beltrán, 2008).

El libro abierto. Es imposible renunciar a la idea del libro como objeto preciado, parte integrante de un tesoro patrimonial y una expresión más del poder real. Así lo parece atestiguar el emblema del libro abierto y el lema “Liber sum” (Toscano, 2010). El libro evoca en latín (liber) un doble significado, esto es, “soy un libro”, pero también “soy libre”.

Nos relata Beccadelli il Panormita: “La divisa del rey es un libro abierto, para demostrar que a él le corresponden el saber y el conocimiento de las buenas artes y la ciencia, lo cual no se puede alcanzar sin leer, estudiar y amar los libros”. Dice igualmente: “En el fragor de las batallas, entre banderas y gallardetes sobresalía su insignia, que traía por divisa un libro abierto con la inscripción “Vir sapiens dominabitur astris”

La leyenda inscrita en el libro parece remitir a un aforismo astrológico atribuido a Claudio Ptolomeo, que en la corte del Magnánimo venía a traducirse como  “el hombre sabio es capaz de decidir su propio destino”.

La citada divisa del libro y su correspondiente mote los hallamos también en las medallas de la Liberalitas Augusta, acuñadas en 1449 por Antonio di Puccio Pisano, Pisanello. -Merece la pena visualizar sus bocetos preliminares a tinta para medallas similares, reunidos en el Codex Vallardi (2306 r., 2307, 2486) del Museo del Louvre-. Estas medallas no eran sino ofrendas o regalos fácilmente transportables que el monarca entregaba a sus allegados.
 Por lo demás, el propio Alfonso era coleccionista de monetarios antiguos y, como los otros príncipes italianos de su época, apreciaba la rica medallística del pisano: Pisanello será admitido entre los “familiares” del rey, siendo además gratificado con una renta anual de 400 ducados (Toscano).


Pisanello. Medalla de la “Liberalitas Augusta” de Alfonso V, 1449 (M.A.N.)

Anverso: · DIVVS · ALPHONSVS · REX · / · TRIVMPHATOR · ET · / · PACIFICVS · Busto armado del rey de perfil a la derecha; a la izquierda una celada abierta con cimera de cresta solar y decorada con la divisa del libro abierto con el mote del “Vir sapiens dominabitur astris”; a la derecha del busto, una corona real y sobre ella · M · / · · C · C · C· C·, y debajo XLVIIII.

Reverso: LIBERA – LITAS · / · AVGV – STA ·. Un águila imperial, que al parecer acaba  de matar un corzo, invita a sus crías a que disfruten de  su presa. En exergo: PISANI PICTORIS · OPVS ·.

A Pisanello se le atribuye el redescubrimiento iconográfico y documental “quattrocentesco” de la tradición numismática romana. En el anverso de esta medalla el soberano se hizo representar armado, con los apelativos de divino, triunfante y pacífico. La celada con cimera solar y el libro con aforismo astrológico le venían a definir además como sabio y nuevo Apolo.

Esta misma medalla servirá de inspiración mucho más tarde (1557) al pintor Juan de Juanes para realizar su célebre retrato de Alfonso el Magnánimo (Museo de Zaragoza), y cuyo lienzo estuvo expuesto en la muestra Otras Miradas, organizada con motivo del Tricentenario de la Biblioteca Nacional de España.

Juan de Juanes. Alfonso V de Aragón,
1557. (Museo de Zaragoza)

Al rey Alfonso se le atribuyen las siguientes palabras: 
“los libros son, entre mis consejeros, los que más me agradan, porque ni el temor ni la esperanza les impiden decirme lo que debo hacer”.
Este mismo sentido lo encontramos bajo la fórmula latina: “nec spe sine metu”, y ostentando por “pictura” unos libros, en Los emblemas morales de Juan de Borja (Praga, 1581), asociándose “a la lealtad del buen consejero, al que no guían más intereses que los de su señor, sin esperar premio ni temer castigo, algo tan difícil de lograr, que sólo puede hallarse en los consejeros muertos, es decir, en los libros”. (López Poza).

Como marca de propiedad e imagen de poder, las armas y divisas reales figuraban decorando los objetos más diversos: Desde la tienda de campaña del monarca “una tenda gran Real de cotonina la qual fou del Rey Alfonso ab divises de libres…”, a la gualdrapa de su caballo de guerra (BL Add MS 28962, f. 78 r.) pasando por instrumentos musicales, como cierto órgano “figurades les armes d`Aragó, li Siti perillós e lo libre…”, o, por supuesto, sus piezas de orfebrería, las cuales habría de empeñar para financiar la conquista de Nápoles.
 También aparecen sus armas y divisas en una galera de guerra “e tot l`enfront de la popa molt spes es ple de petits scuts d`armes d`Aragó et des libres…”. Y del mismo modo figuraban sus insignias en estandartes, como la veintena que el pintor valenciano Jacomart le decorara en 1447 (Español, 2002-2003).

Sus armas y divisas fueron reproducidas también en elementos constructivos, como las claves pétreas de la Gran Sala de Barones del Castel Nuovo de Nápoles (Serra Desfilis, 2008), o en las partidas de azulejos de Manises, encargadas al alarife Juan Al-Murci para solar sus fortalezas de Gaeta, Castel Nuovo y Valencia, y sus fundaciones monacales. Estas losetas y alfardones lucían esmaltados en azul cobalto los “mills, llibres e títols”, los lemas reales referentes a la virtud necesaria para acometer y culminar la conquista de Nápoles: “Virtut apurar no’m fretura sola” (“No me faltará virtud hasta el final”), “Seguidores vencen” y el salmo “Dominus mihi adiutor et ego despreciam inimicos meos”: (“Sea el Señor en mi ayuda, y yo haré desprecio de mis enemigos”) (Coll Conesa, 2009).

Alfardón de Juan Al-Murci, S. XV, con las divisas reales de los “Mijos” y el “Libro”. (Museo Nacional de Cerámica y Artes Suntuarias González Martí)

  

El emblema del libro abierto en los manuscritos napolitanos.

Para la elaboración de este capítulo hemos recurrido en buena medida a la extraordinaria biblioteca virtual del proyecto cooperativo de digitalización Europeana Regia (Europeana 2010-2012, BNF, BSB, BHUV, HAB, KBR) de la cual hemos extraído las  imágenes y extractos de descripciones catalográficas que articulan nuestro discurso.

Detalle de Leonardus Bruni Aretinus: Historia florentini populi (BNF MSS. Latin 5895) (1475, Biblioteca de Ferrante I de Aragón, rey de Nápoles)

La heráldica de los manuscritos de la biblioteca real de Nápoles ha sido de suma utilidad para su datación, pues contribuye a establecer las relaciones dinásticas entre las diversas casas nobiliarias, ejerciendo ante todo como signos de propiedad y verdaderos ejemplos de los gustos culturales de los reyes napolitanos (Alcina Franch).
Los escudos de armas reales figuraban en las miniaturas, generalmente en el margen inferior central de orlas vegetales, a menudo sostenidos por angelillos o niños desnudos. Por su parte, la emblemática real estaba representada en las citadas orlas humanísticas dentro de láureas y roleos dorados o de pedrería, pero también dentro de las letras capitales de los textos.

Destacamos a continuación las siguientes obras manuscritas de la biblioteca de los reyes napolitanos cuyos frontispicios lucen, entre otras, la divisa del libro abierto:

Marcus Junianus Justinus, Epitome Historiarum
philippicarum Pompei Trogi (BNF, MS. Latin 4956)


Copiado por Jacobus Antonius Curlus e iluminado por Justin de París. Su bello frontispicio (Fol. 9 r.) está decorado con orla vegetal de “bianchi girari” rellena de querubines, ciervos, pavos reales y mariposas. En el friso superior, un ángel tenante de túnica azul sostiene las armas de Aragón. Sendas parejas de ángeles sostienen lacerías con las armas de Aragón-Sicilia -friso derecho-, y de Nápoles-Aragón –friso inferior-. La Inicial ”C” historiada representa al escritor Marco Juniano Justino leyendo en un atril bajo dosel. En los ángulos, lacerías con los emblemas reales: el libro abierto, el nudo de Salomón, el haz de mijo, el sitial ardiente y la jarra de lirios -emblema de la orden de la jarra de lirios, instaurada por Fernando de Antequera, padre de Alfonso V-. (Entre 1400-1458. Biblioteca de Alfonso V el Magnánimo).

Emilii Probi De excellentibus ducibus externarum
 gentium. Lattantii Firmiani versus de Phenice (BHUV Ms. 0765)

 Este códice florentino transcribe la obra “Vitae excellentium imperatorum”, y las vidas de los autores latinos Atico, Catón y Virgilio, por Cornelio Nepote, y el poema “De ave phoenicea” de Lactancio. Decoración: En el fol. 4, frontispicio con decoración vegetal con aves, ciervos y mariposas,  emblemas reales –montañas diamantinas, nudo, libro abierto y cabellera– y, en la parte inferior, sendos “putti” flanqueando el escudo del Ducado de Calabria (En torno a 1472, Biblioteca de Alfonso de Aragón y Chiaromonte, Duque de Calabria).



Macrobii Theodo[sii] Saturnalior[um]; [Commentarii in Somnium Scipionis]. Pu[blii] Cornelii Scipionis africani Somnium (BHUV Ms. 0055)

 El códice transcribe los siete libros de las “Saturnales” de Macrobio, en los que se trata unitariamente temas muy diversos como el lujo, el baile, la embriaguez y otros temas. La figura fundamental es el personaje de Virgilio, considerado como un sabio, que es tratado en los libros 3-6.  El manuscrito contiene también los “Commentarii in Somnium Scipioni”, que eran la parte final del tratado político “De re publica” de Cicerón.  Decoración: Miniado por Cristoforo de Majorana, presenta una bella orla floral y figurada que contiene: ángeles, dragones, caracol, aves, serpiente con cabeza de mujer, emblemas reales –libro abierto, sitial ardiente, haz de mijo, madeja, telaraña, montañas de diamante–, y el escudo de los soberanos de Nápoles (En torno a 1472. Biblioteca de Alfonso de Aragón y Chiaromonte, Duque de Calabria).

Ioviani Pontani De obedientia; De príncipe (BHUV Ms. 0833)

Este códice transcribe dos tratados de política de Giovanni Gioviano Pontano. El primero de los cuales, el “De obedientia” (f. 3 º-87r) está dedicado a Roberto Sanseverino, príncipe de Salerno, y el segundo, “De Principe” (f. 91r-107v), está dedicado a Alfonso, Duque de Calabria. Miniado por el napolitano Cristoforo Majorana, en el folio 3 presenta una orla con “bianchi girari”, en cuyos tondos aparecen representados la Justicia, la Templanza, Mercurio y Hércules, así como varios emblemas reales –el libro, el trono en llamas–. En la parte inferior, el escudo de Aragón-Calabria. (En torno a 1475. Biblioteca de Alfonso de Aragón y Chiaromonte, Duque de Calabria).

Beati Thomae de Aquino Ad regem Cypri de rege et regno (BHUV, Ms. 0840)

El códice transcribe la obra “Del reino y de los reyes de Chipre” de Santo Tomás de Aquino, quien escribió hasta el capítulo cuarto del libro segundo, donde empezó a escribir Ptolomeo de Lucca, quien la finalizó. Según De Marinis este manuscrito fue realizado por Jacopo da Fabriano para Isabel de Aragón, hija de Alfonso, duque de Calabria, y de Hipólita María Sforza, antes de sus bodas con el duque de Milán, Gian Galeazzo Sforza. Preciosa orla miniada en oro, con emblemas –sitial ardiente, libro abierto, mijo–, “putti” y santo Tomás sosteniendo, con la mano derecha, el escudo de los monarcas napolitanos, y con la izquierda, el blasón de la familia Sforza –cuarteles de águilas y serpientes, de cuyas bocas sale el hombre rojo-. La letra capital miniada representa al monarca entronizado, con globo y espada o cetro (En torno a 1486, Biblioteca de Ippolita Maria Sforza, Duquesa de Calabria).

L[ucii] Iunii Moderati Columellae rei rusticae (BHUV, Ms. 0054).

 
El códice contiene los doce libros de la obra “De re rustica” y el “De arboribus” de Lucio Junio ​​Columela. Miniado en el taller de Francesco Antonio del Cherica, en el f. 4  figura la orla florida de tipo florentino en la que se disponen un cervatillo, niños y aves, así como emblemas reales: el monte de punta de diamante, el libro abierto, la planta de mijo, la telaraña, y escudo del Duque de Calabria sostenido por dos “putti”. (En torno a 1488. Biblioteca de Alfonso de Aragón y Chiaromonte, Duque de Calabria).

Como vemos, los libros de lujo de la biblioteca de los reyes napolitanos respondían a muy diversos estilos decorativos e iconográficos. Pasamos a comentar a continuación unos cuantos ejemplos correspondientes a la colección inicial de Alfonso V de Aragón:

 
Libro de Horas de Alfonso el Magnánimo. BL Add MS 28962. Fol. 78 r. 

Alfonso al frente de sus fuerzas arremete contra un ejército sarraceno. -Detalle de
 la gualdrapa con el libro abierto-

En la línea del gótico internacional valenciano, destacamos un Salterio y libro de horas. (British Library,Ms. Add. 28962),  confeccionado e iluminado por Leonardo Crespi por encargo del confesor real, el cardenal dominico Joan de Casanova. Junto a los escudos de armas de Aragón, ubicados dentro de las iniciales miniadas, la divisa del libro abierto es representada aquí en la gualdrapa del caballo real arremetiendo contra un ejército musulmán (miniatura del fol. 78).

Una muestra de la miniatura milanesa del Quattrocento la encontramos en el ejemplar Franceschi Philelphi Satyrae hecatosticae (BHUV Ms. 0398). Este manuscrito fue ofrecido por el propio autor a Alfonso el Magnánimo, como atestiguan las miniaturas de su frontispicio (f. 2 º r.), en donde figuran: El escudo de armas real acompañado de la inscripción “Alphonso regio optimo maximo”, la letra capital de comienzo del texto –en cuyo interior está representada la entrega del libro al rey, sentado en su sitial, de manos del propio autor– y, finalmente, en la orla florida inferior, las iniciales del autor -(Fr) y (Ph)- flanquean su blasón, inserto dentro de una corona vegetal.

Dentro de la miniatura napolitana es reseñable un Virgilio: [Publii Vergilii Maronis Opera: Bucolica ; Georgica ; Aeneis] (BHUV Ms. 837). Su primera hoja empieza directamente por el primer verso de las “Bucólicas”, en el cual destaca la “T” inicial miniada. El frontispicio presenta una orla de “bianchi girari” de tipo napolitano. En la parte inferior, sendas coronas de laurel aparecen en blanco –estarían destinadas a cobijar los emblemas de su futuro propietario–. En medio, una escena virgiliana, deteriorada por el paso del tiempo. Treinta y nueve miniaturas componen las ilustraciones de todo el códice, de las cuales once ocupan toda la hoja, destacando la que representa el pasaje de la recepción en el palacio de la reina Dido y la del caballo troyano. Los investigadores han detectado la intervención de tres miniaturistas como mínimo, advirtiéndose que sólo las primeras miniaturas llegaron a ser finalizadas.

Como ejemplo de manuscritos decorados conforme a modelos florentinos, un Séneca copiado por Pietro Ursuleo e iluminado por Matteo Felice: Séneca: De Questionibus naturalibus, De Remediis fortuitorum, Liber proverbiorum (BNF Ms. Latin 17842). El frontispicio está decorado  con una orla vegetal de “bianchi girari” en la que se alternan “putti”, liebres y aves. A su derecha, una láurea alberga el retrato de perfil del rey Alfonso con la leyenda “Alphonsus Rex Aragonum”, mientras que en la parte inferior de la orla se representa un escudo real en lacería flanqueado por sendos ángeles y pavos reales. La inicial “Q” historiada del título alberga a Séneca escribiendo en su estudio.

S. Beda venerabilis, Expositio in parabolas Salomonis; S. Beda venerabilis,
 Commentaria in Canticas canticorum (BNF MSS Latin 2347)
(1470, Biblioteca de Ferrante I de Aragón, rey de Nápoles)

A inicios del siglo XVI la Biblioteca de los reyes aragoneses de Nápoles se dispersa víctima de la venta efectuada por Federico I de Aragón al cardenal George d’Amboise y de las incautaciones de Carlos VIII de Francia (BNF), pero también merced a las partidas patrimoniales traídas consigo a Valencia por Fernando de Aragón, Duque de Calabria (BHUV). Como vimos más arriba, buena parte de los fondos vuelven a estar reunidos en línea gracias al proyecto cooperativo Europeana Regia.

A modo de conclusión, tras el estudio de la iconografía heráldica y emblemática del Magnánimo, así como del tesoro documental que constituyó su Biblioteca Real Napolitana, hemos de reiterar, una vez más, la notable labor propagandística de sus patrocinados por ensalzar por igual su imagen de triunfal conquistador de Nápoles y de nuevo “rey sabio”

  

Bibliografía

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Manuel Pérez Rodríguez-Aragón

Biblioteca Digital Hispánica

Itsukushima Shrine.


Alfonso V.-Biografía de la Real Academia de la Historia.

Biografía

Retrato de Alfonso el Magnánimo hecho por Jaume Mateu (1427)


Alfonso V. El Magnánimo. ¿Medina del Campo? (Valladolid), 1396 – Nápoles (Italia), 27.VI.1458. Rey de Aragón. IV como conde de Barcelona, III como rey de Valencia, y I como rey de Mallorca y de Nápoles. Monarca de la Corona de Aragón (1416- 1458), rey de Nápoles (1442-1458).

Hijo primogénito de Fernando I de Antequera y de Leonor de Alburquerque “la ricahembra”. Creció en Medina del Campo junto a sus hermanos pequeños, especialmente Juan, que después serán conocidos en Castilla como los infantes de Aragón, siendo educado en las artes marciales y los libros. La riqueza de su madre, a la que pronto se añadió la fortuna de su padre, creó al entorno del infante un ambiente de magnificencia, lujo y refinamiento. Gran aficionado a la caza, se introdujo de buen grado en el mundo de las letras y de las artes probablemente a través de las enseñanzas de su tío Enrique de Villena. Gustó de bien vestir y de seguir la moda, especialmente la francesa. Todo ello hacía de Alfonso un hombre moderno, atractivo y simpático por su prudencia y gentileza. 
Como primogénito de la rama menor de los Trastámara le fue impuesto, desde muy joven, en 1406, el casamiento con su prima hermana María de Castilla, hija de Enrique III; si bien la boda no se celebró hasta 1415 en la ciudad de Valencia. Dicho enlace fue el inicio de una serie de desavenencias sentimentales dentro del matrimonio, que tendrían que tener una fuerte repercusión en los asuntos públicos de la Corona de Aragón. Desde agosto de 1412, al ser designado su padre Rey por la sentencia arbitral de Caspe, fue reconocido como heredero de la Corona, mientras que su hermano Juan era destinado a acaudillar a los partidarios de la rama menor de los Trastámara en Castilla y a defender los importantes intereses económicos de la familia en dicho reino.

El inicio de su reinado en 1416 a la muerte de su padre Fernando I, no fue fácil, ya que mientras en Castilla comenzaba a quebrarse el bloque de sus partidarios, que desde ahora se puede denominar como “aragonés”, en el Mediterráneo, Génova, amenazaba una vez más con infiltrarse en los asuntos de Cerdeña, a la vez que en Sicilia el autonomismo reforzaba sus posiciones y aumentaba sus exigencias. Mientras en Cataluña era previsible una nueva acometida del partido pactista, con la intención de aprovechar los primeros actos de gobierno del joven Monarca, con la finalidad de imponer sus reivindicaciones políticas y administrativas, sociales y jurídicas, que no habían sido atendidas por Fernando I en las Cortes celebradas en Montblanc en 1414 y que finalizaron súbitamente por decisión real. Este hecho había creado una atmósfera de recelo entre la Monarquía y los estamentos privilegiados de Cataluña, que aumentó al proseguir el nuevo Soberano con la política favorable al sindicato de los remensas y a la redención de las propiedades del Patrimonio Real. Por estos motivos algunos nobles catalanes decidieron desafiar al Rey en las Cortes que se convocaron en Barcelona en el otoño de 1416. 
Esta actitud contó con un hecho favorable, el discurso que el nuevo Rey hizo en castellano, que, aunque redactado en términos heroicos y favorable a los intereses de Cataluña frente a Génova, ya que solicitaba una ayuda para luchar contra dicha república, se interpretó como una afrenta a las libertades, privilegios y prerrogativas de Cataluña. El brazo nobiliario estuvo radicalmente opuesto a conceder la ayuda solicitada por el Monarca, mientras que los brazos eclesiástico y real estuvieron de acuerdo en negociar con el soberano. En esta situación los estamentos de las Cortes, azuzados por la aristocracia de sangre, designaron una comisión de catorce personas encargadas de obtener del Monarca la convocatoria de una nueva legislatura en donde se discutiría la reforma, que decían venía arrastrándose desde 1414. Era la continuación de la ofensiva pactista iniciada ya a finales del siglo XIV.

La Comisión de los Catorce comenzó a actuar en 1417 e intervino públicamente cuando se supo el propósito del Rey, que se encontraba en Valencia, de armar una flota para ir a Cerdeña y Sicilia. La Comisión envió una embajada a Valencia para exigir al Rey la reforma del Gobierno y la expulsión de los extranjeros de la Corte y del Consejo Real. La situación se complicó para el Soberano, ya que las ciudades de Valencia y Zaragoza estaban de acuerdo con las exigencias de la delegación catalana. Alfonso el Magnánimo hizo gala de una gran diplomacia cuando intentó dividir a los miembros de la delegación asegurando que atendería las peticiones de Cataluña, pero en cambio defendió a sus servidores castellanos aduciendo que eran antiguos servidores. De hecho el enfrentamiento del Rey y las Cortes catalanas no se produjo por el asunto de los servidores castellanos, sino por la divergencia en la manera de contemplar el mecanismo político de Cataluña. 
Era esencialmente cosa de teoría política, ya que el Monarca y sus consejeros afirmaban que las regalías del príncipe no podían ser comunicadas a los vasallos sino únicamente por voluntad propia del soberano y no como una obligación de éste. Era una doctrina que chocaba con el laboriosamente creado derecho constitucional catalán. Por ello las cosas se complicaron en el Principado e hicieron necesario que el Rey se trasladase nuevamente a Cataluña. El 21 de marzo de 1419 se convocaban las Cortes catalanas desde Barcelona, que se reunieron en San Cugat del Vallés, de donde se trasladaron más tarde a Tortosa, alargándose hasta 1420. En esta ocasión el Rey hizo la proposición en catalán que él mismo leyó. A pesar de ello el enfrentamiento entre el Monarca y los estamentos privilegiados catalanes fue muy duro, precisamente cuando Alfonso tenía una única fijación, partir hacia Italia. En primer lugar se llegó a un principio de acuerdo cuando se publicó un convenio con el brazo eclesiástico, entre cuyos acuerdos figuraba el que los extranjeros no pudiesen obtener beneficios eclesiásticos en Cataluña, a la vez que se aprobó el nombramiento de una comisión para resolver los greuges (agravios) que tenía el país desde siempre. A cambio de todo ellos las Cortes avanzaron un donativo de 50.000 florines al Rey para su empresa mediterránea.

La realidad del choque entre el Rey y las Cortes catalanas no fue por la excusa inicial de los servidores castellanos del Monarca, sino por la divergencia en la manera de contemplar el mecanismo político del Principado. Finalmente el 10 de mayo de 1420 Alfonso se embarcaba en el puerto de los Alfacs (Alfaques), al mando de una escuadra de veintitrés galeras y cincuenta velas, destino Mallorca para ir a Cerdeña, con la finalidad de frenar la audacia de los genoveses con una intervención en Córcega, isla que nominalmente pertenecía a la Corona de Aragón desde el reinado de Jaime II. Alfonso con el inicio de su aventura mediterránea enlazaba con la más pura tradición de la política catalana y proseguía su expansión iniciada en 1282. En Cerdeña afirmó la presencia catalana merced a un acuerdo definitivo con el vizconde Guillermo III de Narbona, por el cual se comprometió a entregarle 100.000 florines de oro a cambio de todas las tierras que poseía dicho noble en la isla, incluida la ciudad de Sassari.

Desde Cerdeña con sus naves, Alfonso, pasó el estrecho de Bonifacio y se apoderó de Calvi a finales de septiembre de 1420, dirigiéndose seguidamente hacia Bonifacio, ciudad que asedió desde el 17 de octubre hasta el mes de junio de 1421. El fracaso del asedio de la ciudad corsa de Bonifacio se debió a la ayuda que los genoveses prestaron a los sitiados, así como a la mala mar imperante en la zona. La imposibilidad de dominar a los corsos fue una de las causas que hizo a Alfonso dirigir sus ambiciones hacia el Reino de Nápoles, en donde la debilidad de la Monarquía era bien patente frente a los poderosos barones y los condottieri, en los que se apoyaba la realeza napolitana para hacer frente a los primeros. La reina de Nápoles, Juana II, conservaba su corona gracias a Sforza el Viejo y a Gianni Caracciolo. La falta de heredero directo de la soberana llevó a que Caracciolo defendiera la candidatura de Luis III de Anjou, mientras que el Sforza se inclinó por Alfonso de Aragón. Por otro lado, éste contaba con el apoyo de los mercaderes catalanes, así como una serie de nobles napolitanos que le habían hecho llegar que la conquista de dicho reino sería cosa muy fácil. 
En 1421 Juana II de Nápoles estaba sitiada por Luis de Anjou, por lo que aconsejada por Caracciolo pidió ayuda a Alfonso de Aragón, adoptándolo como hijo y heredero y nombrándole duque de Calabria. Alfonso el Magnánimo aceptó la propuesta que a su vez le permitía combatir a Luis de Anjou, aliado de Génova. El 25 de junio de 1421 entraba en Nápoles, donde fue recibido por la Reina como un verdadero libertador. Pero la voluble reina de Nápoles, presintiendo la fuerte personalidad de su nuevo heredero revocó el prohijamiento y llamó contra él a sus rivales. Derrotado por Sforza cerca de Nápoles, Alfonso con sus tropas se hizo fuerte en los castillos Nuevo (Castel Nuovo) y del Huevo (Ovo), en donde esperó los refuerzos navales catalanes que le permitieron nuevamente apoderarse de la ciudad. Pero la reina Juana II se había retirado con Sforza primero a Aversa y después a Nola, donde revocó la adopción hecha en favor de Alfonso V, nombrando nuevo heredero a Luis de Anjou el 21 de junio de 1424.

Alfonso de Aragón, decepcionado y despechado, volvió a sus reinos ibéricos, en donde permaneció nueve años, iniciándose un verdadero entreacto peninsular, en la trayectoria vital del Monarca. De regreso a Cataluña su escuadra saqueó la ciudad de Marsella, llevándose como botín las cadenas, que impedían el acceso a dicho puerto, y el cuerpo de san Luis, obispo de Toulouse. En esta su primera intervención en Italia, Alfonso, aprendió que la realidad de la política italiana era más que un remolino de contradicciones. Ya que después de haber vencido a los genoveses y a Sforza en el choque naval de Foz Pisana en octubre de 1421; de haber conseguido del pontífice Martín V una bula que le confirmaba como heredero del Reino de Nápoles, y haber firmado una tregua con el duque de Milán, Filippo María Visconti, sus vasallos los genoveses en junio de 1422. La alianza entre Sforza y el magnate napolitano Caracciolo permitió el levantamiento del pueblo napolitano contra él, teniendo que abandonar la ciudad. Con todo el balance de esta primera etapa itálica tuvo connotaciones favorables, ya que supuso la pacificación de Cerdeña y Sicilia; a la vez que proporcionó como colofón dos importantes bases navales a la marina de la Corona aragonesa, fundamentalmente catalana: Portovenere y Lerici, a la entrada del golfo de La Spezia, gracias a un pacto firmado con Filippo María Visconti en 1426, a cambio de la renuncia a la isla de Córcega, teóricamente de la Corona de Aragón, aunque en la práctica nunca se había dominado.

A su regreso a Barcelona a finales de 1423, el Rey se encontró con una situación difícil, ya que los pactistas, amparándose en las circunstancias de las Cortes de Barcelona de 1421-1423, iniciadas en Tortosa, lograron imponer diversos puntos de su programa, haciendo aceptar al Monarca las reivindicaciones que éste había rechazado en las Cortes celebradas desde 1414, por lo que la mayoría de los agravios presentados quedaron resueltos. Los nueve años que estuvo en la Península es el período de las luchas de la rama aragonesa de los Trastámara contra la castellana, y más concretamente, contra el privado don Álvaro de Luna. En 1429 las tropas de Alfonso el Magnánimo, unidas a las de su hermano Juan de Navarra, penetraron en Castilla por Ariza, llegando hasta cerca de Jadraque y Cogolludo.

La llegada de su esposa, la reina María, logró evitar una batalla campal entre castellanos y navarro-aragoneses. Aunque las hostilidades con Castilla continuaron hasta julio de 1430, en que se acordó una tregua de cinco años, firmándose finalmente la paz el 23 de septiembre de 1436. Pero a la vez que la política castellana absorbía gran parte de las preocupaciones y anhelos de Alfonso el Magnánimo y sus hermanos, los infantes de Aragón, los primeros efectos de la crisis económica dejaban su huella en Cataluña, apareciendo las primeras disensiones internas graves en el Principado. Las Cortes de 1431 son un fiel reflejo de la angustia y preocupación que tenían los distintos estamentos representados en ellas. Los graves problemas que padecía el campo se presentaron como un bloque de reivindicaciones que provenían de un proyecto elaborado en las Cortes de 1429. Ya que ante el movimiento de liberación de los campesinos, la nobleza, los eclesiásticos y el patriciado urbano instaron al Rey la aprobación de varias constituciones, entre las que se pedía que los campesinos remensas no pudieran reunirse para solicitar liberarse de sus servidumbres, bajo pena de prisión perpetua. En esta complicada situación, Alfonso, abandonó Cataluña el 29 de mayo de 1432, dejando a su esposa, la reina María, la complicada misión de buscar una solución a este grave problema; y es que el sueño napolitano volvía a irrumpir en la vida del Monarca.

Llamado por sus partidarios napolitanos, a cuyo frente había dejado a su hermano Pedro, como lugarteniente de dicho reino, Alfonso recuperó nuevamente el sueño de Italia, que siempre estuvo en su mente. Esta nueva partida fue definitiva, ya que nunca más volvió a la Península Ibérica. Primero se dirigió a Sicilia, vía Cerdeña; el objetivo oficial era luchar contra el rey de Túnez, atacando la isla de Djerba (Gelves), pero después la flota pasó nuevamente a Sicilia, en donde se preparó para atacar Nápoles. Durante su estancia en los reinos peninsulares, los genoveses se habían apoderado de las ciudades de Gaeta y de Nápoles, hecho que hizo que el 4 de abril de 1433 la reina Juana II prohijase nuevamente a Alfonso de Aragón. Este nuevo cambio en la actitud de la Reina hizo que se formase una coalición formada inicialmente por el papa Eugenio IV y el emperador Segismundo, a la que se añadieron Florencia, Venecia y el duque de Milán. La envergadura de los enemigos a batir hizo que Alfonso postergase sus planes y firmase una tregua por diez años con la reina Juana en julio de 1433, hecho que le permitió organizar una expedición a Trípoli. Pero la muerte de su rival Luis de Anjou el 12 de noviembre de 1434 y poco después de la reina de Nápoles, el 2 de febrero de 1435, le hizo poner sitio a la ciudad de Gaeta, tenazmente defendida por Francisco de Spínola. La escuadra genovesa mandada en ayuda de los sitiados derrotó a la catalano-aragonesa frente a la isla de Ponza, cayendo prisioneros el propio rey Alfonso y sus hermanos Juan y Enrique. Esta derrota, y sus graves consecuencias, desconcertó a toda la Corona de Aragón, situación que fue salvada gracias al tacto y prudencia de la reina María, que una vez más demostró su valía firmando treguas con Castilla, convocando Cortes generales en Zaragoza para tratar la delicada situación que se vivía en Cerdeña y en Sicilia. Pero la situación comenzó a cambiar cuando Juan, rey de Navarra, fue liberado por el duque de Milán y nombrado lugarteniente de los reinos de Aragón, Mallorca y Valencia, mientras que María quedaba como responsable del Principado de Cataluña, desde donde continuó enviando naves y soldados para la empresa napolitana de su marido. La simpatía personal de Alfonso V le grajeó la amistad del duque de Milán, que le liberó y se lo ganó para su causa, ya que firmó con él una alianza para poder apoderarse del Reino de Nápoles. En 1436 las tropas del Magnánimo se apoderaron de Gaeta y Terracina y de casi todo el reino, únicamente quedaban fuera de su control Calabria y la capital, Nápoles fiel a Renato de Anjou. Durante el sitio de Nápoles, a finales de 1438, murió el infante don Pedro, hermano del rey. Dominado ya todo el reino, Alfonso puso sitio a Nápoles el 17 de noviembre de 1441 hasta el 2 de junio de 1442 en que cayó en su poder. La fuerte resistencia fue motivada por la presencia en la ciudad del mismo Renato de Anjou y de la ayuda constante que recibió de los genoveses. Alfonso el Magnánimo entró solemnemente en la ciudad de Nápoles el 23 de febrero de 1443, al estilo de los antiguos césares, como quedó inmortalizado en el famoso arco triunfal marmóreo que se colocó sobre la puerta del castillo Nuevo. Cinco días después de su entrada en la capital reunió el Parlamento, haciendo jurar como heredero a su hijo natural, Fernando, duque de Calabria. 
Para consolidar su conquista firmó la paz con el papa Eugenio IV, al que reconoció como pontífice legítimo, recibiendo por ello la investidura del Reino de Nápoles, en un momento que Amadeo, duque de Saboya, había sido proclamado también Papa por sus partidarios con el nombre de Félix V. El reconocimiento mutuo entre Eugenio IV y Alfonso V como rey de Nápoles comportó la ayuda de éste al Papa para recuperar la región de las Marcas en donde fue derrotado Francisco Sforza. Los dos primeros años, como rey de Nápoles, fueron difíciles tanto en el plano internacional como en el interno, ya que tuvo que vencer en Calabria una revuelta encabezada por Antonio de Ventimiglia. A pesar de todo, su posición se consolidó al firmar un tratado de paz en 1444 con Génova.

Esta segunda campaña de Alfonso en la península itálica fue aprovechada por el conde de Foix y compañías francesas para amenazar el Rosellón, llegando a apoderarse del castillo de Salses y algunos núcleos próximos a Perpiñán. Ante esta invasión, el hermano de Alfonso V, el infante don Juan, como lugarteniente, convocó Cortes Generales en Zaragoza en 1439 y reclamó la presencia de su hermano, el Rey, en los territorios peninsulares. Alfonso el Magnánimo no atendió dicha solicitud, excusándose por la importancia de los asuntos italianos. Este absentismo real, que duraría hasta su fallecimiento, afectó también al orden interno de Cataluña, en donde las facciones de la Busca, el partido de los menestrales y las clases más populares, y la Biga, el partido de los grupos más potentados, se disputaban el poder en Barcelona; mientras se iniciaban los disturbios en el campo catalán, especialmente en la Cataluña Vella (Vieja), por las continuas reivindicaciones de los payeses de remensa, que pretendían la abolición de los llamados “malos usos”.

Alfonso, una vez consolidado en el Trono de Nápoles, ejerció como un verdadero mecenas renacentista, rodeándose de una Corte fastuosa en la que participaron notables hombres de letras y artistas de otros países; Lorenzo Valla pasó largo tiempo en la Corte del Magnánimo, y entre sus consejeros destacan: Antonio Beccadini, conocido como el Panormita, Luis Despuig, maestre de Montesa, al que confió delicadas misiones diplomáticas, Pedro de Sagarriga, arzobispo de Tarragona, Ximeno Pérez de Corella, Berenguer de Bardají, Guillén Ramón de Moncada y Mateo Pujades. También estuvieron muy ligados al Rey el pintor Jacomart y los escultores Guillem de Sagrera y Pere Joan.

La Corte de Alfonso el Magnánimo en la antigua Parténope fue un verdadero eje vertebrador de intercambios económicos y circulación de elites entre las principales ciudades de sus reinos y territorios peninsulares, especialmente Valencia y Nápoles. Alfonso siempre se preocupó por las instituciones universitarias; en la etapa hispánica de su reinado estuvo atento, ya personalmente, ya por medio de su esposa, por el buen funcionamiento de la Universidad de Lérida, en donde estalló un serio conflicto por el modo de elección de los catedráticos, buscando siempre un arreglo entre el municipio leridano y el claustro universitario. En su etapa napolitana fundó tres nuevos Estudios Generales: los de Catania (1445), Gerona (1446) y Barcelona (1450). Aunque de hecho durante su reinado únicamente llegó a funcionar plenamente el de Catania, retrasándose la puesta en marcha de los otros dos esencialmente por problemas económicos y ajustes jurisdiccionales entre las diversas instituciones implicadas, esencialmente la catedral y el municipio.

La intensa vida amorosa de Alfonso fuera del matrimonio tuvo su apogeo en su apasionado enamoramiento de la dama Lucrecia de Alagno, responsable para muchos historiadores de su prolongada y después definitiva permanencia en Nápoles. Pero si Lucrecia de Alagno es la amante más conocida, fruto de unos anteriores amoríos regios con una dama valenciana, esposa de Gaspar de Reverdit, había nacido en Valencia, en 1423, Fernando o Ferrante, que sería rey de Nápoles de 1458 a 1494. Alfonso quedó atrapado en el mundo laberíntico de la política italiana del siglo XV, dándose cuenta desde el primer momento de la importancia estratégica de dicho reino tanto en la política interna de la península itálica, como su proyección balcánica que le abría las puertas del mundo oriental.

La política oriental de Alfonso el Magnánimo giró en torno a hacer efectivo su título de duque de Atenas y de Neopatria, territorios perdidos en tiempos de Pedro el Ceremonioso. Para ello intentó afianzar sus posiciones en la península balcánica enviando embajadores a Morea y a Dalmacia, logra que el vaivoda de Bosnia se haga vasallo suyo, y unas galeras catalanas mandadas por el almirante Vilamarí acudan en ayuda del déspota de Artá, Carlos II Tocco. Todo ello mientras reclama la soberanía del ducado de Atenas a Constantino Paleólogo, más tarde último emperador de Bizancio como Constantino XI; contribuyó a la defensa de Rodas y trató de conseguir una alianza con el emir de Siria para una posible expedición a Tierra Santa. Esta política oriental hizo que los príncipes y reyes balcánicos amenazados por los turcos otomanos vieran en él un posible protector. El caudillo albanés Jorge Castriota, más conocido por Scanderbeg, inició negociaciones con Alfonso el Magnánimo para que le enviase ayuda para defenderse de los turcos por una parte y de los venecianos por otra.

La flota catalana al mando de Bernat de Vilamarí se apoderó de la isla de Castelorizzo, perteneciente a la Orden de San Juan de Jerusalén o de los Hospitalarios, como base de operaciones en el mar Egeo y el Mediterráneo oriental, hecho que obligó al emir turco de Scandelore de abandonar su proyecto de apoderarse Chipre. La escuadra de Vilamarí atacó el litoral sirio y en 1451 llegó a penetrar en el curso inferior del Nilo. Tales demostraciones paralizaron el comercio musulmán en aquella área geográfica, hecho que inclinó al sultán turco, Mohamed II y al sultán de Egipto a establecer una paz con el Magnánimo, al que reconocen la posesión de Castelorizzo, a pesar de las protestas de los caballeros sanjuanistas y de su gran maestre establecido en Rodas. En su sueño oriental, Alfonso el Magnánimo pactó también con Demetrio Paleólogo, déspota de Morea, al tiempo que una embajada napolitana inicia negociaciones con el Preste Juan.

Eran unos momentos muy críticos para el Mediterráneo oriental especialmente por la presión otomana sobre Constantinopla y demás restos del Imperio Bizantino. Alfonso realizó varios intentos por salvar Constantinopla secundando las teóricas iniciativas del pontífice Nicolás V. Pero la dividida situación política italiana, especialmente los intereses de Génova y de Venecia, malograron dichos intentos.

Después de la conquista de Constantinopla por los turcos en 1453, Alfonso logró dos años después la formación de una liga con Francisco Sforza de Milán, Florencia y Venecia, que a modo de cruzada capitaneada por el rey de Nápoles atacaría a los turcos que constituían una amenaza por sus continuos progresos en los Balcanes y también para los territorios costeros del reino de Nápoles y de la Corona de Aragón en general. Todo ello no pasó más de un simple proyecto, ya que tampoco el nuevo pontífice Calixto III logró aglutinar de modo efectivo a los componentes de esta teórica liga. Finalmente Alfonso el Magnánimo, siempre muy realista, acabó firmando un tratado con el sultán de Egipto, que le permitió abrir un consulado catalán en Alejandría.

Abandonado el frente oriental, uno de sus últimos proyectos fue la conquista de Génova, eterna rival desde hacía más de un siglo de la Corona de Aragón, y que en 1457 se había entregado a Carlos VII de Francia. Pero antes de materializar este proyecto murió el 27 de junio de 1458 en el castillo del Ovo en Nápoles. Sus restos fueron enterrados en la iglesia de Santo Domingo de esta ciudad, siendo en 1671 trasladados al monasterio de Poblet. Un día antes de morir, en su último testamento dejó el reino de Nápoles para su hijo legitimado Fernando, duque de Calabria, mientras que a su hermano Juan, rey de Navarra, todos los demás reinos y territorios. Además tuvo dos hijas bastardas: Leonor, que casó con Mariano Marzano, príncipe de Rossano y duque de Sessa, y María, casada con Leonelo de Este, marqués de Ferrara.

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Cimera del Rey de Aragón



La Cimera del Rey de Aragón, Cimera Real, Cimera del dragón es un emblema heráldico que ornamenta la Señal Real de Aragón en algunas de sus representaciones. Se figura como una vibra o dragón sumado a un conjunto llamado cimera, que es dispuesto en la parte superior de la representación del blasón y que tiene en su origen la significación de emblema personal (empresa o divisa) del rey Pedro el Ceremonioso.
Según Guillermo Fatás Cabeza, se trata de un emblema parlante que representa un mote o lema con la equivalencia entre «dragón» y «d'Aragón», que aludía a la dignidad real en las tierras y pueblos del rey de Aragón, habitualmente llamados entre los siglos XII y XIV «Casal d'Aragó» y, desde la última década del siglo xiii, también Corona de Aragón.

Grabado de la cimera del rey de Aragón procedente de Mallorca.


Posteriormente pasó a ser símbolo de la realeza de la Corona de Aragón y finalmente símbolo de la autoridad vinculada a la monarquía en todos los territorios en los que ejerció su poder.

Armas del Rey de Aragón en Antonio Godinho, Libro da Nobreza e Perfeiçao das Armas, c. 1522.

Se postula que es el elemento originario que daría pie a la posterior representación heráldica del rat-penat (murciélago en valenciano).​ Esta confusión ya acontece en algunas obras del siglo xvi, como el Livro da Nobreza e Perfeiçam das Armas del heraldista portugués António Godinho.
En la terminología heráldica al uso, la cimera es un ornamento que se añade a la representación del blasón o escudo de armas en su parte superior (timbre) y que comenzó a usarse como insignia personal del portador del escudo para diferenciar su uso. En el caso de las armas completas de Pedro IV el Ceremonioso se trataría, en el más conocido de sus diseños heráldicos, de un escudo timbrado de yelmo con corona real abierta, mantelete con Cruz de Íñigo Arista y cimera en forma de dragón alado.
Felipe II

Felipe II


A partir de su utilización por parte de Pedro IV de Aragón, el emblema que apareció como divisa personal, fue usado como expresión de la dignidad real por sus sucesores. Ejemplos de su uso podría ser el blasón de la ornamentación del alfarje de una de las salas del Palacio de los Reyes Católicos de la Aljafería, construido por mandato de Fernando II de Aragón y V de Castilla entre 1488 y 1492.



1 comentario:

  1. un gran rey de mediterráneo, culto y renacentista, un verdadero principe

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